LOVE ON MACHINE

Mix media on wood, 65,5 x 98 cm

El arte, en su médula más íntima, se alimenta de la inspiración. Y yo, como pintor, he buscado esa chispa incandescente en mis musas, en los rostros que amé, en los silencios compartidos y en las heridas abiertas. Pero la historia —esa vieja narradora con voz de eco— nos advierte: estas relaciones suelen ser espejos rotos por la poligamia emocional, por el conflicto que brota cuando el deseo se mezcla con la necesidad de crear.

Picasso, por ejemplo, diseccionaba a la mujer en dualidades extremas, como si el amor solo pudiera sostenerse en el filo de una navaja. Y a veces me reconozco en esa búsqueda turbulenta, en esa forma de convertir el afecto en materia prima para incendiar el lienzo.

Mi viaje no fue distinto, pero sí profundamente personal. Me lancé al abismo de amar para comprender, para traducir ese vértigo en pigmento. Así nació Love on Machine: una obra que no busca representar el amor, sino desmenuzarlo, deconstruirlo en todas sus formas —las dulces, las tóxicas, las invisibles— y luego trascenderlas. El amor físico, el romántico, el idealizado… todos fueron peldaños hacia algo más alto.

En ese proceso, que fue tanto creación como meditación, comprendí algo que ya intuía pero no había vivido: el amor auténtico no pide, no espera, no hiere. Es incondicional, puro, eterno. Su núcleo no habita lo terrenal, sino lo invisible. Es un acto divino, un estado del alma. Y en esa revelación, entendí que amar de verdad es amar con el espíritu, hasta que desaparecen los nombres y solo queda la luz.